martes, 13 de octubre de 2009

De nuevo... ¡No a la guerra!

“Ya todos sabemos que en Afganistán no hay una misión humanitaria ni nada similar. Hay una guerra y los soldados españoles constituyen una tropa invasora en un territorio ocupado. El pasado jueves, el joven soldado español Cristo Ancor Cabello murió en Afganistán. Su muerte se produjo mientras ocupaba la posición de tirador en una tanqueta, es decir, mientras manejaba un artefacto mortífero parecido a una ametralladora ubicado en la torreta del vehículo. El hecho ocurrió cuando la tanqueta pisó una mina anticarro, es decir, una bomba de gran potencia que se activa cuando un vehículo pesado como éste pasa por encima. Quizá, incluso, fuera una mina producida en alguna de las numerosas compañías europeas o española fabricación de armamento”. Continúa...



Por Javier Sampedro, miembro del Partido Humanista Internacional.

“El jefe del Ejecutivo subrayó que España tiene una obligación de solidaridad con aquellos países de los que es aliado y debe contribuir al esfuerzo internacional en una misión de apoyo humanitario de carácter conjunto”.

“El jefe del Ejecutivo recalcó que Naciones Unidas y la OTAN han definido la operación como de ‘estabilidad y reconstrucción’ y que las tropas trabajan para lograr un país ‘viable’, ‘democrático’ y ‘con un horizonte’”.

El primero de los párrafos anteriores está extraído de El Mundo y el segundo del periódico gallego Atlántico. Además de eso, les diferencia la fecha, uno es del 19 de marzo de 2003 (el día previo al comienzo del genocidio en Irak) y el segundo del 9 de octubre de 2009. Como el lector ya habrá podido deducir, el “jefe del ejecutivo” del primer párrafo era Aznar y el del segundo, Zapatero. Es curioso, no obstante, observar como el fantasma que habita en el Palacio de la Moncloa se apropia de los cuerpos de sus inquilinos más insignes y éstos desarrollan la admirable técnica de adornar palabras tan repugnantes como “tropas” y “aliados” con otras que aluden a sentimientos encomiables, tales como “solidaridad” o “humanitario”.

Ya todos sabemos que en Afganistán no hay una misión humanitaria ni nada similar. Hay una guerra y los soldados españoles constituyen una tropa invasora en un territorio ocupado. El pasado jueves, el joven soldado español Cristo Ancor Cabello murió en Afganistán. Su muerte se produjo mientras ocupaba la posición de tirador en una tanqueta, es decir, mientras manejaba un artefacto mortífero parecido a una ametralladora ubicado en la torreta del vehículo. El hecho ocurrió cuando la tanqueta pisó una mina anticarro, es decir, una bomba de gran potencia que se activa cuando un vehículo pesado como éste pasa por encima. Quizá, incluso, fuera una mina producida en alguna de las numerosas compañías europeas o española fabricación de armamento.

Indudablemente, la pérdida de Cristo es lamentable. Tan lamentable como la de cada ser humano, nacional o extranjero, civil o militar, que cae a diario a ese campo de batalla. Ahora bien, calificar este acontecimiento, como hace el Gobierno, de atentado terrorista, es asimilar la muerte de este joven con la de los viajeros de los trenes de Atocha, los compradores del Hipercor de Barcelona o muchos trabajadores y empresarios vascos que fueron víctimas de ETA cuando salían de casa para acudir a su trabajo o jugar una partida de naipes con los amigos. Y esto es una manipulación que, de no referirse a acontecimientos tan dolorosos, sería grotesca. Cristo murió en un acto de guerra, como acto de guerra, y no atentado terrorista, fue la venganza ejecutada al día siguiente por el ejército norteamericano.

Zapatero, como hizo Aznar, miente. Es triste ver repitiendo las palabras de Aznar al hombre que ganó las elecciones gracias al ansia de paz de los españoles a los que este personajillo rampante y belicista les causaba profunda repulsión.

Zapatero, al traicionar la esperanza de aquellos que confiaron en él, hace honor a la tradición de los líderes socialdemócratas. En su favor hay que decir que la traición no se ha consumado a la misma velocidad que la de su predecesor y correligionario Felipe González que, con pasmosa rapidez, pasó de liderar la oposición a la OTAN a convertirse en un atlantista convencido y, de luchador por la democracia, a valedor de los violadores de Derechos Humanos, que encontraron cobijo en sus gobiernos.

Es la hora de entonar de nuevo el “No a la guerra”. Es la hora de negarle ya el apoyo a ese presidente que, aunque juega a “poli bueno”, también canjea vidas humanas por entradas a la Casa Blanca. Es la hora de creer que ese mundo sin guerras, al que aspira la mayoría de la humanidad, es algo posible. Es la hora de que todos los que compartimos el proyecto de un mundo más humano tomemos el timón del futuro.

El día 14 de noviembre pasa por Madrid la Marcha Mundial por la Paz y la No Violencia. Un grupo de hombres y mujeres que, desde el 2 de octubre, día de la No Violencia, en que partieron de Wellington (Nueva Zelanda) hasta el 2 de enero, en que arribarán a Punta de Vacas (Argentina), recorrerán más de cien países portando un mensaje de esperanza.

La Marcha Mundial será recibida en cada punto de su recorrido por individuos y colectivos que sienten como propias las demandas de la Marcha: desarme nuclear absoluto, retirada de las tropas invasoras de los territorios ocupados, reducción del armamento convencional, firma de tratados de no-agresión y renuncia de los gobiernos a la guerra como medio de resolución de conflictos.

Ningún gobierno debería permanecer ajeno a esta llamada que nace de los corazones de la gente buena. España, como potencia ocupante en Afganistán, tiene sus deberes por hacer. El 14 de noviembre, si no ha enmendado aún, será muy buen día para recordárselo a Zapatero.